miércoles, 3 de octubre de 2007

Trilogía del Diablo, Parte Uno

Tú y el Diablo

La noche que me dejaste estaba a punto de perdonar al diablo. Y mira lo que son las cosas... tu cuerpo ni siquiera tuvo que salir de la habitación. Estabas acostada, mirando al techo y preguntándote por milésima vez si alguien más veía formas en el Tirol que los albañiles no supieron pegar. Esa noche no estabas tan creativa. Viste un cerdo, una pierna de pollo y unas gafas. Te diste la vuelta, y en el preciso instante en el que tu espalda me miró a los ojos, te fuiste. Yo estaba, dónde si no, en este aparato maldito que tantas veces nos alejó. "¡Ya sé que de aquí comemos...! ¿Pero de qué sirve la comida del cuerpo cuando no hay alimento del alma?" Me encantabas cuando tu aroma era el inconfundible perfume del cliché. Cuando tu espalda me miró estaba escribiendo las primeras líneas del último de los poemas que tu sutil encanto me inspiró. Se llamaba "Apología del Diablo". Como te dije, estaba a punto de perdonarlo. ¿Por qué decimos "Dios mío" si Él no tiene la culpa? A veces una mala palabra suple perfectamente el "diablo mío". Él sabe que lo estamos mirando. Incluso sé que está leyendo, a través de mis ojos (quizá esté hackeando mi conexión, ya ves que esto del internet es cosa suya; no en vano dice Julio que debería llamarse "Infiernet") y que se regodea tanto o más que yo con tu espalda y con tu ausencia.

Recuerdo la primera noche en que nos vimos. Aunque técnicamente ya era el día siguiente, sin sol y con estrellas sigue siendo noche. Estabas envuelta en tu misterio... o más bien, eras tú la que lo envolvía, con frágiles y sutiles capas de agradecimiento y de sonrisas. Presentabas la que sería tu última exposición en blanco y negro, porque como me dirías después, yo traje el color a tu vida. Nos presentó Iván, ¿te acuerdas? No, él no, tonta, el otro, el moreno. Siempre confundiste a mis amigos, incluso a los que no tenían el mismo nombre. "Te llamó Manuel..." "¿Manuel? ¿Qué Manuel?" "Bueno, era Rafael" "¿No será Miguel?" Daba igual que si no hubieras dicho nada. La fotografía principal era, por cierto, la más pequeña de todas: una pequeña niña, en un vestido gris (que debió haber sido rosa) sosteniendo los despojos de una muñeca de trapo. Todos se preguntaban cómo lo habías hecho. Ese tipo de gente rara vez permite que se le fotografíe. Yo ya lo sabía. No intentaste pagarles con monedas, sino con historias. Hablar su misma lengua te ayudó bastante, y cuando les relataste aquella donde te caíste en el lodo, no pudieron menos que complacerte. Claro que esa historia solo la conozco yo y unos cuantos... haber revelado tu secreto equivaldría a cientos de niñas en cientos de vestidos grises con trozos de muñecas de las que no podría hacerse de nuevo una sola. Tú eras única. ¡Qué bien te sienta el negro! Ya sé que me dirías que a todo mundo, que el negro luce bien en quien sea. Sin embargo tu no vistes de negro. Mas bien, tu lo vistes a él, le haces lucir, das a pensar que podría ser así con todo el mundo, pero yo sé que no. Qué bien te sentaría que yo muriera, para que con tu luto te vieras radiante.

¿En qué momento nos enamoramos? Tu dirías que fue la primera vez que salimos. Con todo y mi mala memoria, hay ciertas cosas que nunca se me olvidan. Las llamadas por teléfono, que a mi jamás se me hubiera ocurrido que pudieran durar tanto, se prolongaban hasta la mañana. Fue a las 6 en punto que aceptaste el café sabor a rosas, siempre y cuando el mío fuera de violetas. Nos mirábamos mucho a los ojos, y no pudimos evitar reírnos cuando me preguntaron: "¿y para su novia?" No nos gustaba hacer que los demás cometiéramos errores, y nuestra broma privada siempre fue que esa era la razón de nuestro noviazgo: "para que el chico del restaurante no tenga que vivir con su error". Lo bueno es que no te gustaban las rosas de verdad, solo las de tu café. Pudimos contar a tres chiquillos con rosas en las manos, claro, "para su novia... o bueno, para su amiga". Luego, la caminata. La luna, que ha sido cómplice y que tiene tantos dueños como amantes hay en el mundo, fue la única testigo. Primero me dijiste que me odiabas, y como no te creí, te respondí con lo mismo. Nos odiamos tanto esa noche... y créeme, nunca me he cansado de odiarte.

Hoy puedo afirmar que tu lloras por cualquier cosa. Lloraste cuando murió la abuela, sí, pero también cuando cancelaron tu programa en la tele. Lloraste cuando dejamos de odiarnos para detestarnos, lloraste cuando se fue tu amiga, cuando se congelaron tus mascotitas emplumadas. Lloramos juntos con la película, e incluso llorabas cuando reías. Nunca hubo mejor momento que cuando podíamos beber bálsamo de lágrimas, combinadas las tuyas con las mías. Siempre dije que te parecías al clima. Sin embargo, nunca fui meteorólogo. Nunca pude predecir si mi nuevo traje te gustaría o si la noche que no hicimos el amor fue una tormenta o una simple neblina. Aprendimos a llorar juntos y a consolarnos separados. Cuando fuimos de viaje la primera vez pediste ventanilla, y yo, un autobús diferente. ¡Cómo nos divertimos en la guerra de almohadas! Eres una capitana increíblemente hábil. Si la guerra fuera hoy y tu dirigieras uno de los ejércitos, habría victoria asegurada. Qué lejanas me parecen a veces tus pestañas, que estoy seguro de haber contado bien antes de que se te cayera una. "Elige: ¿arriba o abajo?" No era una pregunta, era un reto. La noche de los acertijos fue lo mismo. ¿Quién puede saber que la mantequilla va bien dentro del closet? Solo tú. Eres capaz de desafiar todo lo que se te pone enfrente. Aunque no serías domadora de fieras, porque no te iría bien. Eres más bien una de ellas. La noche en la que estuvimos a punto de separarnos, tú con tus maletas y tu silla y mi resto de razón me dirigieron sendos gritos desde el marco de la puerta. No te escuché. Ni siquiera te vi. Simplemente pensé en lo mucho que nos seguíamos necesitando, en lo poco que nos pudimos odiar el tiempo que estuvimos juntos. En las formas que me faltaba encontrar en el Tirol del techo. En las fotos que nunca tomamos. Sin decirnos nada más, terminamos besándonos con pasión hasta que volvimos a aborrecernos. Pero esta noche no.

Esta noche no fueron necesarios ni los gritos, ni el amor ni la luna ni el café con sabor de tus rosas que en vivo no te gustaban. La indiferencia fue más poderosa que toda la artillería de tus guerras ganadas de almohadas. Al mirarme con los ojos de tu espalda comprendí que me habías dejado. Que finalmente no serías para mi, por mucho que te tuviera. Y qué curioso. Después de tanto odiarnos, estoy seguro que que casi te amaba. Que el diablo no necesitó seducirme para que yo lo hiciera contigo. Y mira, justo antes de perdonarlo.

Esta noche debo varias disculpas. A mí mismo, por no haberte dejado de odiar para amarte a tiempo. A ti, claro, por hacerte perder lo poco que de ti misma quedaba antes de conocerme. Y al diablo, porque no podré perdonarlo. Al menos, no hasta la próxima vez.

"Apología del diablo

Esta noche ni siquiera te anunciaste
Solamente por detrás de mi espalda llegaste
A mis oídos un rumor susurraste
Que simple y sencillo es del bien y el mal el contraste..."

Y entonces tú te fuiste, y ya no supe más de mi.

No hay comentarios: