Disfraces y Medicina de Amor
Hicieron falta tres pasos... ¿tuyos o míos? Qué importa. De todos modos, esos fueron. Bueno, al menos es lo que pude calcular en los mosaicos cuadrados del piso que nos separaba. Si yo nunca bailaba, tú me inspiraste a hacerlo. Tu sentada, yo de pie. Jamás habría sido así si yo hubiera sido otro, o si tu hubieras sido otra. Probablemente así era. No estábamos siendo nosotros mismos. Eran un par de cuerpos, y los cuerpos no llegan jamás a conocerse, por más que se toquen y se mezclen. Son las almas las que se encargan de eso. Pero la tuya estaba fuera de la pista. La mía estaba fuera de este mundo, languideciendo por cosas que realmente (y visto desde aquí y ahora) no valían la pena. Y sin embargo, ya se lo dirías a una de tus amigas, la que me cuenta lo que cuentas, "en ese momento lo valían". Quizá en ese momento creímos que lo valía. Y perdimos el tiempo, y el dinero, y el aliento, y unos calzones blancos de resortes negros por unos rojos de osos infantiles. Así fue.
¿Dónde estabas? Yo aquí, esperándote, sin encontrarte, sin saber que eras tú lo que tenía que encontrar. A tres pasos de distancia bajo luces estridentes y música ensordecedora. Todo comenzó cuando, arrastrado por mis nuevos amigos, quisimos ir a conocer el nuevo antro de moda. Cada semana era uno distinto, y mis amigos siempre variaban. Eran tan estables yendo al mismo lugar como con sus mismas mujeres u hombres. ¿Cómo podían "enamorarse" tantas veces en tan corto espacio de tiempo? Algunos decían que no era amor, sino simple calentura. Pero yo bien los conocía, más a unos que a otros. Estaba Salvador, y probablemente solo a él le creería si me lo dijera. Tuvo amores con todas, e incluso con un tipo al que apodaban "cerdo". No lo era ni física ni mentalmente, pero tuvo el infortunio de estar en un sucio lugar en el peor de los momentos. Y Salvador decía amarlas a todas. A todas les hizo cartas, les escribió poemas. Hizo dos antologías y las presentó en la Casa de Cultura y frente al presidente. A todas les hacía canciones, tristes y lentas baladas con nombres impronunciables de sus amores. Yo planeaba sus portadas, recortaba las fotos, me enamoraba al mismo tiempo de esos pálidos rostros de las fotos infantiles en blanco y negro.
¿Cómo fue que nunca me enamoré? Probablemente estaba buscando en el lugar incorrecto. Alguna vez intenté comprar un fusible en la papelería donde vendían "de todo", en una ferretería y en una tlapalería. Nadie me dijo que esas cosas se compran en otro lugar. Que el amor no se pide envuelto, ni se requiere con chocolate del que se congela en la punta de los helados. El amor no lo venden en las tiendas, aunque a veces nos creemos tal cosa. El amor ni siquiera se encuentra. El amor nos encuentra a nosotros, solos, abandonados, tristes o incluso eufóricos. El problema comienza cuando creemos que es el amor el que ha dado con nosotros, y nos dejamos llevar, y nos dejamos lastimar, y lloramos por ello, y aún así seguimos ahí, pues creemos que es el amor el que nos lo está haciendo. Y es que, en estos días, disfrazarse de amor resulta muy sencillo. Ya no es como antes, que el disfraz era caro, difícil de conseguir y poco creíble. Probablemente lo que en estos días venden en las tiendas no es amor: son disfraces de amor. Lo compras, te lo pones, engañas, y al final y cuentas no sientes nada porque el traje venía con una capa plástica que impide que sientas lo que sea. Y la última moda en las tiendas departamentales es vender medicina anti-disfraces de amor. La ingieres en la dosis recomendada por tu mejor amigo, y le haces creer al mundo que no quieres amar, que no puedes amar o simplemente que ya estás amando, aunque estés más solo que tú mismo cuando no tienes amor.
¿A dónde va el mundo? Con disfraces y pastillas estamos evitando enfrentarnos al problema de enamorarnos de verdad, por el miedo a lastimarnos y engañarnos. Sería más sencillo si todo fuera como antes, donde ignorábamos para qué era la zona de en medio de las piernas hasta que nos casábamos. Donde sentir placer era un pecado, y las muchachas se embarazaban... un momento... las mujeres se embarazaban a los 13. Bien, en ese aspecto hemos aumentado y disminuido, y hoy no es raro que así suceda. No, probablemente no sería más fácil. Lo más fácil hubiera sido avanzar tres pasos, invitarte a bailar, a hacer el amor y a casarnos al día siguiente, para vivir juntos y felices. Para tener un suegro gruñón que quisiera a sus nietos como hubiese querido a sus hijos de haber tenido algunos. Nunca te rechazó pero deseo en secreto que hubieses sido hombre. Por mi parte, doy gracias de que no hubieras sido Guadalupe hombre, sino Lupita mujer.
Los "anímate" nunca son suficientes. Son una droga altamente difícil de conseguir que el cuerpo solo requiere en ciertas ocasiones. Equivalen a un "me tiro para que me levanten", donde creemos que alguien solo nos gusta y creemos que alimentándonos de ellos era suficiente. Que conque nuestros amigos nos dijeran "se me hace que sí le gustas" ya no hacía falta nada más. ¿Cuántas veces? ¿Cuántos momentos? ¿Era necesaria una equivocación tan grande como para creer que eso era todo? ¿Qué me bastaba verte vestida de un azul que debió ser rosa sin animarme a caminar para alcanzarte?
Hay ciertas cosas que "todo el mundo sabe", y sin embargo, le hace falta un "excepto". La frase contigo es "todo mundo sabe, excepto tu..." y eso no adquiere lógica, al contrario, la pierde, pues si mi mundo eras tú, ¿cómo es que todo ese mundo ignoraba lo que todos los demás sabían? Me hice amigo de tu mejor amiga solo para conquistarte. Y yo lo sabía todo, incluso calculé las posibles respuestas a mis imposibles preguntas. Veintiséis, no bebo, vengo con unas amigas. ¿Será por eso que no caminé esos pasos? ¿Qué te conocía tan bien como para saber qué dirías, qué harías, qué supondrías al verme, que no era necesario escucharlo de ti? ¿Me enamoré entonces, no de un imposible, sino de un muy posible? ¿Será que me gusta sufrir? El masoquismo psicológico existe: lo estoy comprobando ahora.
Yo sabía que esos pasos de mis zapatos negros eran necesarios para alcanzar tu alma. Sin embargo, no me atreví a darlos. En cambio di siete más para regresar a mi asiento. Bebí a tragos de la botella de anti-disfraz para alejarme de tu vestido rosa, que era tu disfraz de amor. Te miré a los ojos y en el fugaz instante en el que los tuyos se cruzaron con los míos, comprendí que funcionabas mejor como ilusión que como realidad. Que te merecía tanto que ya no era necesario tenerte para sentir que te amé ochenta años, aunque solo hubieran sido horas si las pusiéramos juntas.
Sí... eso fue lo que pasó...
Ya nos habíamos amado. Compartimos esa hora y media de esperar a que comenzara una película. Comimos del mismo helado, tuvimos sexo en el auto y manchaste mi camisa favorita con mostaza. Nos regalamos tantas cosas que cuando las pusimos juntas llenaban medio armario. Tuvimos una boda sencilla en un pueblo desconocido con nuestras familias juntas, un par de hijos, muchas peleas y satisfacciones, una nieta que estudiaba en el extranjero y dormíamos juntos a veces por costumbre y a veces por frío. Morimos en una mañana de noviembre y nos dieron sepultura en la misma cripta. Y entonces, como todo eso ya había pasado, probablemente decidí que sería mejor volver atrás, y volverlo a intentar con alguien que, aunque a tres pasos físicos, estuviera a menos distancia que tu de mi corazón...
miércoles, 3 de octubre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario